Hace más de 500 años el territorio de Santander fue poblado por los indígenas Guane en las regiones de Barichara, Guane, San Gil, el cañón del Chicamocha y la Mesa de los Santos. De la misma manera la región del Socorro, Simacota, Chima, Zapatoca, y la hoya del río Suárez fue dominada por los hombres del cacique Chanchón y Tamacara.[1]
Esto aborígenes tenían entre sus costumbres alimenticias el consumo de las hormigas culonas a las que llegaron a mantener en especie de zoocriaderos, que eran hormigueros a los que les brindaban cuidados especiales, encerrándolos en empalizadas para protegerlos y también para ejercer su propiedad sobre ellos. Los indígenas llamaban a las culonas en su lenguaje “copricó” que quiere decir alimento nupcial o comida matrimonial.
En las regiones de Guane y Barichara en Santander en las que el consumo de las hormigas culonas es muy extendido, se cuentan familias de numerosa prole y en las que los jefes ancianos casi centenarios atribuyen su fertilidad y larga vida a esta costumbre alimenticia.
Los atributos afrodisíacos y longevos que se le atribuyen a las hormigas culonas y que se pierden en la noche de la leyenda Guane, se basan en sucesos reales pero que hasta el momento son un misterio porque nadie los ha estudiado. La hormiga culona es la punta de la pirámide de una perfecta organización social que existe en los hormigueros o colonias de estos animalitos
Los últimos en nacer son las reinas y los machos o padrones, quienes son recluidos en sala cunas especiales, separadas para impedir encuentros prematuros y con salidas independientes y que solo les permite conocerse el día del apareamiento, que es el único en su vida. Tanto las reinas como los padrones son alimentados por las nodrizas con una leche especial que ellas mismas segregan.
La noche anterior al día del desove, la boca del hormiguero es limpiada de hojas y yerbas por las hormigas obreras en un radio de tres metros. Para salir siempre se escoge un día soleado, de cielo limpio y ausente de corrientes de aire. Previamente en su habitáculo las futuras reinas se acicalan frotándose entre sí para untarse un líquido que segregan y que les presta un color brillante, las hace impermeables y les agrega un olor penetrante que atrae los machos.
Salen en filas desde tres hasta cinco en fondo, con sus alitas de delicado celofán amarillo adheridas a su cuerpo y en actitud inocente y virginal. Bajo el celoso cuidado de los soldados o cabezones que están provistos de unas temibles pinzas que de donde se agarran jamás se sueltan, las futuras reinas despliegan sus alas al viento al son de una misteriosa danza vibrátil que se puede escuchar a varias decenas de metros a la redonda.
Finalmente emprenden su vuelo nupcial elevándose en forma de espiral hasta alturas de 200 metros. Los machos o padrones las siguen y se sujetan bajo ellas en vuelo durante dos o tres minutos que es lo que dura su acto de amor que es el primero y último de su corta existencia de galán, ya que concluido este, el macho se precipita a tierra sin vida.
La hormiga fecundada ya y convertida en reina, desciende a tierra, se quita las alas y comienza a construir su propio hormiguero cuya boca de entrada tendrá el mismo diámetro de la parte más ancha de su abdomen. A los quince días de frenético e incansable trabajo, desciende bajo tierra poco menos de un metro y allí construye su recámara de forma elíptica con orientación hacia el norte. Ahí y en un fondo de fino polvillo pondrá los huevecillos que habrán de dar origen a una nueva colonia.
La cuidadosa preparación de reinas y padrones con un especial alimento segregado por sus propias nodrizas, la fuerza del vigor que en su único acto de amor le trasmite el macho a su compañera para luego morir, y el suceso de que una reina únicamente es fecundada por una sola vez en su vida y de que pueda rendir poniendo huevos durante más de veinte años, ha reforzado la leyenda de alimento afrodisíaco y de cualidades longevas.
Hace 500 años nuestros antepasados Guanes también las utilizaban como analgésico en forma de cataplasmas sobre los sitios del cuerpo afectados. Para su alimentación las asaban sobre lajas de piedra o tiestos de barro al fuego vivo. Las mantenían conservadas por mucho tiempo guardándolas en pequeños calabazos.
El advenimiento de las hormigas culonas representa todo un acontecimiento en las familias campesinas y de villorrios de algunas zonas de Santander, pues entraña diversión y una fuente de ingresos extra.